En Halloween, la maldad tomó posesión de las calles del lado oeste de Chicago.
En East Garfield Park, 14 personas fueron baleadas, entre ellas tres niños, mientras una multitud se reunía, al parecer, para honrar a una mujer que murió por causas naturales.
Los tres niños tenían 3, 11 y 13 años. Una mujer resultó atropellada por un coche cuando intentaba huir del tiroteo. Al menos otras 35 personas fueron baleadas durante el fin de semana en otros lugares de la ciudad, cinco de ellas fatalmente. En todo Estados Unidos hubo otros ocho tiroteos masivos durante el fin de semana de Halloween.
Esto es peor que vergonzoso. No es la forma en que un gran país debe tratar a su población.
Aquellos que esperan erradicar la violencia armada deben seguir gritando a los cuatro vientos que, como nación, necesitamos un enfoque razonable a la amenaza de las armas peligrosas. Nuestras voces deben alzarse una y otra vez, y no sólo después de cada uno de los recientes y horribles tiroteos.
En el Sun-Times hemos escrito decenas de editoriales sobre la violencia de las armas—incluyendo dos publicados esta semana—y seguiremos escribiéndolos. La gente de otros países no puede entender por qué los estadounidenses vivimos (y morimos) de esta manera.
No tiene que ser así, si nos unimos para afrontar el peligro que corre nuestra nación y cada uno de nosotros.
Tiroteos como el de East Garfield Park y en tantos otros lugares no seguirían ocurriendo con tan trágica regularidad si los estadounidenses no hicieran tan fácil la compra de armas y no permitieran tantas armas de fuego potentes en las calles.
La catástrofe de East Garfield Park ocurrió en sólo tres segundos. Piensen en eso. Tres segundos. Eso no deja casi nada de tiempo para huir de la línea de fuego. Casi no hay tiempo para saber de dónde vienen los disparos. Sólo nos queda tiempo después del incidente para preguntarnos una vez más por qué no detenemos esto.
Hace décadas, la gente empezó a organizar grupos contra la violencia armada porque seguían viendo muertes innecesarias con pistolas pequeñas, baratas y fáciles de ocultar utilizadas por los delincuentes.
A pesar de todos los esfuerzos realizados en los años posteriores para hacer nuestras vidas más seguras, la violencia con armas de fuego se ha disparado hasta niveles inimaginables. Ahora hay AR-15, cargadores de alta capacidad, tráfico de armas y armas de fuego no registradas ni rastreables. Los delincuentes llevan armas tan potentes que los cuerpos de las víctimas quedan destrozados hasta quedar irreconocibles.
Los llamados activistas por el derecho a las armas usan ridículamente la excusa de la protección. Los fabricantes de armas, que venden armas de fuego cada vez más potentes al público como fuente de ganancias, los apoyan en silencio. Manipulan las leyes de armas hasta que no hay nada “bien regulado” en ellas. Una vez más, la villanía se esconde detrás de una pretensión de moralidad.
La violencia de las armas nos perjudica de muchas maneras. La gente muere. La gente queda herida, a veces de por vida. Las familias de las víctimas quedan sumidas en el dolor. Las comunidades se debilitan. Las empresas huyen o se niegan a acudir a las zonas plagadas de tiroteos. Los estudiantes realizan simulacros de disparos. Los costos de los seguros y los impuestos aumentan. El clima cálido invita a que vuelen las balas. El miedo acecha las calles, dictando a dónde va la gente y cómo vive sus vidas. La calidad de vida sufre enormemente en amplios sectores de nuestra sociedad.
Podemos reducir la violencia con leyes que exijan el registro de las armas, la comprobación universal del historial de las armas de fuego, las leyes de “bandera roja”, los requisitos para asegurar las armas, la prohibición de dispositivos que hacen las armas más letales, el aumento de la edad para la compra de armas largas a 21 o incluso 25 años, la prohibición de los cargadores de gran capacidad y mucho más. El camino de regreso a la cordura requiere muchos pasos, sin rodeos.
En los estados con leyes de armas débiles, donde los traficantes compran armas fácilmente, mucha gente no ve cómo las armas compradas en sus comunidades fluyen hacia las ciudades donde los criminales las usan para sembrar la devastación. Necesitan escuchar que sus comunidades deben ser parte de la solución.
Las encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses quieren leyes de armas más estrictas. Sin embargo, la combinación de agendas y la difusión de falsas amenazas sobre la confiscación de todas las armas ha bloqueado muchas reformas necesarias.
No sólo necesitamos programas contra la violencia, formación laboral, terapia, mejor acceso a la atención de salud mental, mejores escuelas, más oportunidades para quienes corren el riesgo de caer en la delincuencia, acceso a la vivienda y mucho más. También necesitamos expulsar las armas, a menudo ilegales, que tienen a tantos como prisioneros del miedo. Tenemos que decir que las armas no gobernarán nuestras comunidades.
Sólo si alzamos nuestras voces una y otra vez, cada vez más fuerte, podremos proteger los lugares como East Garfield Park de nuestra nación. Sólo entonces podremos alejar el mal de nuestras calles.
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