El éxito del documental ‘El Último Baile’ es un recordatorio contundente de la inigualable popularidad de Michael Jordan

Hizo cosas con una pelota de básquetbol que nadie había hecho antes o ha hecho desde entonces, y continúa vendiendo productos como ningún atleta lo ha hecho jamás.

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Jordan disfruta un cigarro después de un juego victorioso en 1998.

Mike Nelson/AFP via Getty Images

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Alguien me preguntó recientemente si pensaba que el documental sobre los Chicago Bulls, “El Último Baile”, habría sido igual de visto si se hubiera tratado de los playoffs de la NBA y la NHL, o contra los juegos de béisbol de las Grandes Ligas a principios de temporada.

La pregunta fue hecha por un gran fanático del béisbol, claramente con un “no” en mente como respuesta. Pero cuanto más lo pensé, más he llegado a creer que el documental de ESPN sobre los Bulls de 1997-98 habría derrotado a casi cualquier cosa en su camino, con o sin coronavirus.

No quiero decir que haya algo triste en el poder de permanencia de Jordan porque la palabra “triste” está ocupada hoy por la pandemia. Pero hay algo revelador, y quizás incriminatorio, sobre su popularidad 22 años después del último de los seis títulos de los Bulls.

Excepto por el reciente correo electrónico de alguien que me dijo que Bob Cousy era mejor que Jordan, creo que podemos estar de acuerdo en que MJ fue trascendente como jugador y, de paso, como vendedor. Hizo cosas con una pelota de básquetbol que nadie había hecho antes o ha hecho desde entonces, y continúa vendiendo productos como ningún atleta lo ha hecho jamás.

Que aún siga siendo un hombre al que recurrir cada vez que una corporación quiere agregar clase a lo que está tratando de vender es más que impresionante. Que sus zapatos Air Jordan todavía vuelen de los estantes es increíble.

El primer instinto es decir: “¿En serio? ¿Nadie más ha ocupado su lugar en la NBA y en el mercado? ¡Vamos, muchachos, échenle ganas a su juego!”. El segundo instinto es decir: “Tiene mucho sentido que un hombre que pudo ser capaz de sostenerse en el aire, pueda permanecer tanto tiempo sosteniéndose en nuestra imaginación colectiva”.

LeBron James es un jugador increíble, ciertamente está en la discusión por quién es el mejor de todos, pero todo lo que hace se ve en el contexto de lo que hizo Jordan. Algo de eso hay en lo que hacemos. Nos aferramos a nuestros héroes con un gancho de acero. Parte de esto es obra del ultra-competitivo Jordan, que todavía cree que está jugando contra sí mismo en la categoría de “el mejor”, y no es tímido tirándole habladas a los que fueron sus rivales.

A Jordan se le ha de hacer curioso que James protagonizará “Space Jam: El Nuevo Legado”, una secuela de la exitosa película de Jordan de 1996, “Space Jam”.

Todo en la NBA todavía parece una pálida secuela de Jordan.

El éxito de “El Último Baile” es otra indicación de que la fascinación pública con MJ no tiene límites. Para aquellos de nosotros en Chicago, había muy poco nuevo en el documental, pero no podíamos quitarle los ojos de encima. El entrenador Phil Jackson y Jerry Krause no se llevaban bien. Scottie Pippen y Krause no se llevaban bien. Jordan y Krause no se llevaban bien. Jordan era supuestamente malo con sus compañeros de equipo. Apostaba y jugaba béisbol.

Sabíamos todo esto, pero verlo reproducido tantos años después todavía es fascinante. Leemos libros de historia aunque ya conocemos los detalles.

Pippen no es una figura trágica, pero el documental nos recordó que no puede ganar. Su equipo puede acumular seis títulos de la NBA, pero el hombre no puede ganar. No pudo obtener un contrato con el valor que se merecía. No pudo obtener el último tiro en aquel gran juego. No pudo ser considerado un verdadero grande, no con Jordan a su lado. Y Jordan siempre está presente, refiriéndose a sus compañeros de equipo como su “elenco de apoyo”.

Hay héroes tranquilos en el documental. Está Steve Kerr, quien describió con elocuencia que la personalidad de Pippen era un contrapeso necesario a la naturaleza exigente de Jordan. Está Bill Cartwright, quien lloró en el vestuario después del boicot de 1.8 segundos de Pippen, diciéndole a Scottie, frente al equipo, que había abandonado a sus compañeros.

Buen material.

Buenos tiempos.

La mayor revelación del documental, que terminó este domingo por la noche, es que Jordan, la persona, existe. Desde que terminaron sus días de juego, lo hemos conocido como ejecutivo de la NBA y luego dueño de un equipo. Lo hemos conocido como golfista obsesivo y fumador de puros empedernido. Lo hemos conocido como promotor de productos y creador de una marca personal. ¿Pero fuera de eso? Muy, muy poco. No ha dado muchas entrevistas a lo largo de los años, ciertamente ninguna en la que deje su alma al descubierto.

Entonces, verlo llorar al final del Episodio 7, mientras intenta explicar su mal trato hacia sus compañeros de equipo, es ver cómo se abre esa cortina.

¿Estremecedor? No. La serie fue como una comida reconfortante, especialmente durante estos tiempos difíciles. Principalmente, fue un recordatorio de cuán grande es, fue y seguirá siendo Michael Jordan. Y eso es más que suficiente.

Ahora, ¿cuándo podrá el resto de los deportes ponerse al tú por tú con él?

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