Columna: Estados Unidos debe aclarar su política de asilo

El gobierno debe definir a quién permitirá solicitar asilo y aplicar esa política sin discriminación a nadie.

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El 22 de septiembre, migrantes de Haití cruzan el Río Bravo desde Del Rio, Texas, para regresar a Ciudad Acuña y evitar una posible deportación. | AP

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Hoy en día, el campamento fronterizo improvisado para migrantes en Del Rio, Texas, está prácticamente vacío, libre de miles de refugiados haitianos que llegaron ahí en busca de asilo en Estados Unidos. Los policías estatales ahora se alinean en el área fronteriza para prevenir que otros se reúnan.

Las horribles imágenes de la crisis —agentes de inmigración a caballo usando riatas como látigos con los migrantes indefensos, mujeres y niños acalorados, haitianos angustiados deportados a la tierra que habían dejado hace años— son imágenes que no se borrarán fácilmente. Y más haitianos y centroamericanos se dirigen hacia el norte mientras escribo esto.

El presidente Biden denunció el trato a los haitianos y admitió que “sabemos que esas imágenes evocan dolorosamente los peores elementos de la batalla de nuestra nación contra el racismo sistémico”. Sin embargo, las deportaciones continuarán.

Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional, informó que de los 30,000 haitianos que se habían reunido en la frontera, 12,000 tuvieron la oportunidad de presentar su caso de asilo, 8,000 regresaron a México y unos 2,000 fueron deportados a Haití. Las deportaciones se llevaron a cabo bajo la orden especial emitida por Donald Trump, utilizando la pandemia como excusa para deportar a los refugiados en busca de asilo.

El contraste entre el trato de los haitianos y el de los afganos es marcado. Existe un apoyo bipartidista para reasentar a miles de afganos en Estados Unidos que huyen de los talibanes. En las encuestas, tanto los republicanos como los demócratas apoyan dar la bienvenida a los migrantes afganos. Al mismo tiempo, la mayoría de los estadounidenses favorecen políticas aún más estrictas en nuestra frontera sur, un reflejo del éxito de Trump de convertir la inmigración en un símbolo racial.

Sin embargo, el tipo de peligro que enfrentan los afganos en su país de origen es paralelo al que enfrentan los que llegan de Haití o de Centroamérica. Desesperados, abandonan sus hogares huyendo de la violencia brutal de las pandillas, la extorsión, las catástrofes climáticas y la pobreza desesperada, todo agravado por los gobiernos represivos corruptos.

Llamarle la atención a los agentes a caballo no es suficiente. Estados Unidos necesita una reevaluación profunda de sus políticas de inmigración con sus vecinos del sur. Las audiencias del Congreso y las comisiones públicas bipartidistas deben investigar la realidad que enfrentamos y lo que debe incluir una política humana y con visión del futuro.

Cualquier reevaluación debe comenzar con Estados Unidos cambiando drásticamente sus prioridades de política exterior. Gastamos más de $3 billones en la fallida guerra en Afganistán. Gastamos miles de millones al año para mantener tropas en Europa 76 años después de la Segunda Guerra Mundial, y en Corea casi 70 años después de que cesaron los combates. Gastamos miles de millones en un esfuerzo mal concebido para vigilar el mundo, con tropas involucradas en operaciones antiterroristas inimaginables en 85 países solo en los últimos tres años.

Al mismo tiempo, hemos reducido la asistencia a nuestros vecinos, tenemos una capacidad limitada para ayudarlos en tiempos de crisis y, con demasiada frecuencia, hemos apoyado a dictadores y élites corruptas que se han aprovechado de su propia gente.

Haití es un ejemplo extremo de eso. En 1791, Haití, entonces conocido como Saint Dominigue, era una joya en el imperio colonial de Francia cuando sus esclavos se rebelaron contra los hacendados ricos, luchando por su independencia. Por esto, los haitianos pagaron un precio brutal cuando Francia, con la ayuda de Estados Unidos, obligó a los haitianos a pagar miles de millones en reparaciones por derrocar a la sociedad esclavista. Estados Unidos tomó el control de las finanzas de Haití, invadió y luego gobernó el país durante años, y ha apoyado una serie de dictadores corruptos y elecciones corruptas en las últimas décadas.

En el último año han continuado las revueltas populares contra un gobierno corrupto e ilegítimo. En julio, el impopular presidente Jovenel Moise fue asesinado, lo que provocó una confusión en el gobierno. La violencia se extendió; la comida escaseaba. En agosto, se produjo un terremoto masivo que mató a más de 2,000, hirió a más de 12,000 y destruyó poblados. A esto le siguieron las inundaciones repentinas causadas por la tormenta tropical Grace. Estados Unidos está regresando a los haitianos a la fuerza a un país totalmente incapaz de mantenerlos.

Una cosa sabemos. Si nada cambia, el número de personas que buscan refugio seguirá creciendo. El clima extremo ya está destruyendo más cultivos, inundando pueblos, arrasando ciudades. Los gobiernos represivos y los estados fallidos ponen a las familias en riesgo.

Estados Unidos debe dejar clara su política de asilo. Debe definir a quién permitirá solicitar asilo y aplicar ese estándar sin discriminación. Necesita una reforma migratoria integral que aumente el número de inmigrantes legales. Y necesita una política de buen vecino que aumente drásticamente los recursos de ayuda económica multilateral e humanitaria.

Necesitamos aumentar nuestra capacidad para ayudar a nuestros vecinos en tiempos de calamidad y necesitamos invertir en ellos para desarrollar su propia capacidad para reaccionar ante lo que seguramente serán catástrofes climáticas en aumento.

Haití merece el alivio de la deuda y reparaciones de Francia y Estados Unidos, para compensar la deuda extraída por las sociedades esclavistas cuando Haití liberó a los esclavos.

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