El polio. Hepatitis A/B. Tétano. Viruela. Varicela. Sarampión. Difteria. Tos ferina. Influenza por Haemophilus. Neumococo. Rotavirus. Paperas. Rubéola. Meningococo. VPH. Gripe.
Y ahora, COVID-19.
Los humanos solemos a sobrevalorar los tratamientos en vez de la prevención. Sin duda alguna, todos conoceríamos a alguien que hubiera sufrido o muerto a causa de una de las enfermedades mencionadas si no fuera por la inmunización.
Pero como no pudimos ver cómo las vacunas salvaron a algún hermano de la viruela, o a nuestro hijo de los efectos paralizantes del polio, pues no les tenemos tanto aprecio a las vacunas.
Las vidas salvadas por las vacunas no tienen rostro ni nombre, por eso no las recordamos. Entramos a un consultorio para recibir una vacuna sin ningún riesgo que ponga en peligro la vida, y salimos con un brazo adolorido [y a veces estamos muy chicos para recordarlo]. Y como resultado, damos por dadas estas dosis que salvan nuestras vidas.
Pero la verdad es que, junto con la llegada de los antibióticos, es probable que nada en la historia de la medicina haya salvado más vidas que las vacunas.
La responsabilidad recae sobre nosotros para educarnos sobre lo que no es fácilmente visible. Para recordarnos lo que se olvida tan fácilmente. Para contrarrestar nuestra naturaleza humana de enfocarnos en el aquí y ahora, y revisando lo que también sucedió en aquel entonces.
Por lo que, frente a una pandemia y una epidemia de ignorancia, los animo a elegir en su lugar celebrar la ciencia. Predicar la ciencia. Enseñar ciencia. Y apoyar la ciencia.
Porque hoy es solo un ejemplo más de cuánto nos apoya la ciencia a nosotros.
Ahmed Hassan, médico de cuidados neurocríticos, Naperville