¿Encerrado en casa? Intenta vivir en el aeropuerto O’Hare desde abril como esta pareja

Lo más probable es que vuelvan a O’Hare esta noche, durmiendo ahí de nuevo, tratando de apoyarse uno con el otro, usando sus chamarras para cobijarse.

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Ashlee Rezin Garcia/Sun-Times

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Linda Benavides y su esposo, Manuel, dormían en el Aeropuerto Internacional O’Hare el miércoles por la noche. En la Terminal 1, cerca del área de reclamo de equipaje. Al menos intentaban dormir, hasta las 2:30 a.m., cuando un policía los echó de nuevo. Se fueron a dormir a la Línea Azul del tren de la CTA.

Al menos lo intentaron.

“Había un borlote en el tren”, dijo. “La línea azul es peligrosa. Hay drogadictos”.

Lo más probable es que regresen a O’Hare esta noche, para dormir ahí nuevamente, tratando de apoyarse el uno contra el otro, usando sus chamarras para cobijarse.

Han dormido en O’Hare la mayoría de las noches del último mes. Un buen lugar para dormir, dijo Linda, porque los baños están ahí. Pero no es exactamente algo agradable.

“Es difícil”, dijo Linda, de 65 años. Lo repitió varias veces. “Es dificil.”

¿Por qué es dificil? Bueno, las luces siempre están encendidas, para empezar. Y los constantes anuncios por bocina que se repiten: “Cubrase para toser y estornudar; limpie y desinfecte las superficies…”

Además hace frío. “Es como un refrigerador”, dice.

La pareja está acostumbrada al calor de Centroamérica. Vivieron en El Salvador por más de 10 años, tratando de hacer rendir su baja pensión de la Junta de Educación de Chicago.

“La única familia que él tenía estaba en El Salvador”, dijo Linda, mientras Manuel, de 64 años, observa. “Me deja hablar a mí porque él no puede expresarse tan bien”.

Vivieron en San Salvador desde 2009 hasta el pasado 16 de abril.

“Estábamos ayudando a su madre”, cuenta. Entonces su madre murió, y comenzaron los problemas.

“Los últimos meses allá los pandilleros comenzaron a acosarnos porque soy estadounidense”, dijo Linda, cambiando de voz e imitando a un miembro de la pandilla MS13: “‘Si no nos das dinero, te mataremos’”.

Ella es estadounidense, pero nacida en Chicago, citando la frase de Saul Bellow. En el lado oeste de Chicago. Se graduó en la secundaria católica St. Mary Chicago High School en la calle Taylor, a una milla de Pilsen. Ella siempre trabajó: estuvo 11 años en la Junta de Educación, ocho en el Departamento de Policía de Chicago como secretaria. Luego conoció a Manuel en Charles Levy, la gran empresa distribuidora de libros y revistas, donde era su supervisora.

“Yo solía ​​obtener muchos libros gratis de allí, hermosos libros”, dijo. “Extraño eso.”

Su condición de estadounidense fue suficiente para traerlos de regreso a Chicago desde El Salvador.

“La embajada estadounidense intervino ayudándonos a conseguir un vuelo de inmediato”, dijo. “Tuvimos que dejar muchas cosas atrás. Nos dieron $400”.

El dinero no les duró mucho.

“Mientras estaba en la tienda, alguien me lo robó y se fue con el efectivo”, dijo. “Y eso fue todo.”

Un amigo almacenó sus pertenencias, pero no pudo ofrecerles posada. “Tiene a mucha gente en su casa”, explicó Linda.

Los estadounidenses que se creían seguros ahora contemplan futuros que alguna vez fueron inimaginables. La crisis de COVID-19 ha hecho que sea más fácil quedarse sin techo, y los aeropuertos lo están notando. Recientemente el Aeropuerto Internacional de Filadelfia tenía un campamento de casi 200 personas sin hogar viviendo allí. La administración de O’Hare intenta mantener el equilibrio entre la compasión y la operación de un aeropuerto internacional.

“Esto es algo a lo que se enfrentan todos los aeropuertos”, dijo el portavoz del Departamento de Aviación de Chicago, Matt McGrath, y agregó que, mientras intentan ser humanos, la municipalidad tiene el Haymarket Center, un centro de atención cercano a O’Hare que ayuda a las personas sin hogar y a otras personas necesitadas a acceder a los servicios básicos; porque al final de cuentas “este es un aeropuerto”.

Un aeropuerto donde las provisiones de Linda y Manuel Benavides se están agotando.

“Tenemos tres rebanadas de pan y una lata de paté de jamón para untar en el pan. Eso es todo”, dijo. “Esto es muy difícil”.

Los conocí porque Linda envió un correo electrónico al Sun-Times el miércoles por la mañana.

“Olvídate del lago”, comenzó. “Se necesitan abrir más lugares para personas mayores. Debe mantenerse unidas a las parejas en los refugios en lugar de separarlos. Hemos estado sin hogar durante un mes. Durmiendo en el aeropuerto O’Hare. Por favor ayúdenos. Estamos discapacitados; mi esposo se lesionó la rodilla izquierda y camina con muletas. Por favor, ayúdenos”.

Ella desea que el gobernador J.B. Pritzker y la alcaldesa Lori Lightfoot se preocupen más por personas como ella y su esposo y menos por los que salen a correr.

“No entienden porque ellos tienen un hogar”, dijo. “He estado llamando a refugios. Me dan un número SR. Llamo a las siete de la mañana. A las 8:30 me devuelven la llamada, ‘Oh, no tenemos habitaciones disponibles. Trata de nuevo mañana.’”

“Quieren nuestros impuestos”, dijo Manuel, entrando a la conversación por primera vez. “El gobernador, la alcaldesa, necesitan de tu voto y no te ayudan”. Él puede votar, ya que se convirtió en ciudadano en 2001.

Linda no quiere separarse de su esposo.

“Necesito ayudarlo con su medicamento”, dice. “No entienden. Ellos nos dicen: ‘Oh, podríamos poner a tu esposo en el lado norte y tú podrías ir al sur’. Yo les respondo: “¿No entiendes? Él está discapacitado. Debo estar con él. Sé que el ibuprofeno no es un medicamento tan fuerte. Pero él se toma dos a la vez”.

La rodilla está lastimada por resbalarse en la tina: han dormido en hoteles económicos durante 11 de las últimas 36 noches, gracias a personas caritativas, como algunos empleados de United Airlines.

“Hay una trabajadora de aquí que es una señora muy agradable”, cuenta Linda. “Ella nos dijo: ‘sé que se han estado quedando aquí mucho tiempo. Recolectamos suficiente dinero para que te quedes en un hotel’. Por favor, diles que son los mejores. Ella hasta nos trajo sandwiches.”

Gracias a las almas de buen corazón, el martes se quedaron en el Motel 6 en las calles Lawrence y Des Plaines, y pudieron ducharse y descansar. Pero a las 11 de la mañana del miércoles ya no tenían hogar. Hay algo de dinero en camino: unos $300 del pago de su jubilación por sus 11 años en la Junta de Educación. Pero ese cheque no se podrá cambiar en efectivo hasta finales de mayo.

Hasta entonces, O’Hare se ve vacío. Trabajadores con cubrebocas se paran cada cierta distancia. La policía ocasionalmente pasa sin voltearlos a ver. Los anuncios resuenan una y otra vez. Pueden no escucharlos, pero si les prestan atención, encontrarán una ironía.

“Lávate las manos con frecuencia”, comienza uno. “Practique el distanciamiento social permitiendo seis pies entre usted y los demás. Tome medidas para proteger a los demás quedándose en casa si está enfermo”.

Eso, claro, si tienes un hogar donde quedarte. La angustiante historia de los Benavides continúa. De repente, verse obligado a quedarse en casa no parece tan malo, ¿verdad?

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