Un día cotidiano en la vida de los migrantes que esperan albergue en Chicago

El grupo de residentes de Chicago que coordina comidas, duchas y ropa para los migrantes sabe que esto es solo el comienzo de un viaje mucho más largo para ellos: buscar el estatus de asilo.

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Jesus Jimenez migrant Chicago tent 12th District police station

Jesús Jiménez, un migrante que llegó recientemente a Chicago, se sienta en su carpa cerca de la estación de policía del distrito 12.

Manuel Martinez/WBEZ

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A pasos de la estación de policía del distrito 12, Alex Rossi barre la entrada a una carpa roja que contiene todas sus pertenencias.

Es parte de un grupo de inmigrantes centroamericanos que han huido de sus países de origen y se hospedan en otras casas de campaña. Para Rossi, dormir allí le da algo de libertad sobre su vida que ha estado marcada por la turbulencia.

En Chicago, una supuesta ciudad santuario, las otras opciones de Rossi no son mucho mejores: esperar semanas por un lugar en los refugios repletos de la ciudad o dormir en el piso de las comisarías de policía.

Impulsados por la necesidad de ayudar, una constelación de organizaciones, voluntarios y residentes de Chicago han estado tratando de llenar las necesidades.

Fuera de la estación del distrito 12, los recién llegados han creado una comunidad propia. Una alfombra colocada sobre el pasto marca un espacio informal de reunión donde las personas se sientan y conversan. Un refrigerador desenchufado lo llenan de hielo para mantener la comida fresca. Uno de los muchos niños que viven allí abandona una pelota después de que esta rueda por una calle ocupada y termina debajo de un automóvil estacionado.

En su carpa, Rossi puede guardar sus documentos de inmigración y sus pertenencias. Pero estar a la intemperie también puede dejarlo expuesto.

“Esto no es vida”, dijo Rossi. “Puedes descansar, pero esto no es vida”.

donated clothes 12th District police station Chicago immigrants women

Mujeres revisan bolsas de ropa donada frente a la estación de policía del distrito 12. Es una de las estaciones de policía de Chicago donde las familias inmigrantes reciben refugio temporal.

Manuel Martinez/WBEZ

Rossi se despierta a las 5 de la mañana para intentar buscar trabajo. A veces, consigue trabajos pequeños. Ve a la gente conduciendo para Uber y lamenta no tener coche. Sin ingresos estables, se pregunta cómo podrá encontrar un lugar propio donde vivir.

“Estoy feliz de trabajar porque ese es mi objetivo”, dijo Rossi. “Porque quiero luchar y aprender cada día un poco más de lo que sé”.

Es un sentido de estabilidad lo que anhelan muchos recién llegados a la estación del distrito 12.

Los migrantes que duermen dentro de la estación de policía dicen que sienten que no tienen otra opción que estar atados al lugar sin saber cuándo llegará un autobús que los lleve a un albergue.

“Lo que queremos saber es si nos pueden sacar de aquí lo más rápido posible”, dijo en español Juan Carlos Blanco Cassiani, un inmigrante venezolano que vive en el albergue desde hace semanas. “Porque hay demasiados niños”.

A fines de la semana pasada, más de 770 personas se encontraban en estaciones de policía en Chicago y otras tres docenas están en el Aeropuerto O’Hare, esperando un lugar en los refugios de la ciudad que ya albergan a más de 5,260 personas. Algunos se han ido a los suburbios o a otros estados.

En las carpas cerca de la estación de policía, una mujer está embarazada de dos meses. Otras mujeres que se alojan en la estación y en las carpas han tenido abortos espontáneos, según Verónica Saldaña, voluntaria de la estación de policía del distrito 12.

“O sea, están durmiendo en el piso”, dijo Saldaña entre lágrimas. “Es simplemente difícil”.

En la estación de policía del distrito 12, las familias se sentaban en la acera bajo la sombra mientras se limpiaba la estación, una rutina diaria que los obliga a estar afuera durante horas. Había toallas y ropa secándose bajo el sol.

Los alimentos donados esa mañana en particular fueron rápidamente escogidos. Otra entrega de comida (sándwiches, fruta y agua embotellada) casi desapareció en 15 minutos.

Saldaña trabaja en Pilsen Food Pantry, a 10 minutos a pie, como coordinadora de voluntarios de la organización sin fines de lucro. Ella trata de llevar donaciones a la estación de policía, en lugar de que la gente venga a la despensa, para aliviar los temores de los migrantes de perder el autobús a un refugio.

Sus rondas matutinas para comunicarse con los migrantes se han convertido en parte de su rutina. Sus propios hijos esperan en su camioneta antes de que los deje en la escuela de verano.

También piensa en su difunta abuela, que emigró a Chicago en la década de 1940 y crió a ocho hijos, pero aún así siempre les daba a sus vecinos una comida humilde.

“Ella siempre tenía una olla de frijoles en la estufa”, dijo Saldaña. “Ella no tenía mucho, pero quería al menos poderles ofrecer algo a las personas que venían”.

Si su abuela viviera, Saldaña dijo que estaría cocinando para los que se quedan en la comisaría.

“Definitivamente somos una última línea de defensa para ellos, su única línea de defensa de cierta forma, ¿verdad?” dijo Saldaña. “Entonces, mientras estén allí, seguiremos apareciendo y haciendo lo que podamos”.

A poca distancia de la estación del distrito 12, Yanet Sandoval se detuvo en otra estación de policía que alberga a inmigrantes, el distrito 9 en Bridgeport, en una camioneta y se bajó.

“A bañar”, gritó Sandoval varias veces.

Ofreció llevarlos a una estación móvil para ducharse instalada en la calle 27th frente a la iglesia New Life, pero solo unos aceptaron.

Su siguiente parada fue ofrecer duchas a los inmigrantes que se alojaban en la estación de policía del distrito 8, a unos 30 minutos al suroeste.

Impulsada por su fe, Sandoval dijo que renunció a su trabajo en una bodega suburbana de UPS para aceptar lo que se suponía que sería solo un trabajo de dos meses en New Life. Ella es una inmigrante de México que vino a los Estados Unidos cuando tenía 5 años y se crió en La Villita.

“Estaba orando por un trabajo como este para ayudar a otros, como para ayudar a los migrantes”, dijo Sandoval. “Quiero que la gente vea a Dios en mi rostro, que pueda reflejar su amor por ellos”.

No recuerda haber tenido un viaje arduo de México cuando era niña, a diferencia de las historias que escucha de los migrantes en el camino a la siguiente estación de policía. Sentado detrás de ella en la camioneta, John Ortega, de 31 años, habló de dejar a su esposa e hijo en Venezuela para protegerlos del peligroso viaje que atravesó para llegar a Chicago.

Después de que Sandoval se detuviera en la calle 27th, Ortega y los demás pasajeros se dirigieron hacia la ropa y el café en el sótano de New Life. Esperaron su turno en un camión equipado con duchas privadas.

Ortega, que no se había duchado en ocho días, dice que está agradecido por ayudantes como Sandoval. Dijo que no lo esperaba y deseaba poder mostrarle lo agradecido que está.

Yanet Sandoval (right) gives asylum-seekers rides to and from New Life Centers in Little Village so they can take showers.

Yanet Sandoval (derecha) lleva a los solicitantes de asilo a la Iglesia New Life en La Villita para que puedan ducharse.

Manuel Martinez/WBEZ

El grupo de residentes de Chicago que coordina comidas, duchas y ropa para los migrantes sabe que esto es solo el comienzo de un viaje mucho más largo para ellos: buscar el estatus de asilo legal.

Aproximadamente a dos millas de la estación del distrito 12, la abogada Alexis Aranda Zelasko completó un formulario con información para ayudarse a elaborar una solicitud de asilo para una recién llegada llamada Johanna, quien pidió que no se publicara su apellido para proteger su privacidad y seguridad.

Aranda Zelasko también hizo preguntas como qué pasaría con Johanna si la obligaran a regresar a Venezuela. Johanna dijo que fue abusada de niña y luego maltratada por el padre de sus hijos.

Hablar sobre esos detalles puede ser difícil, pero una historia incompleta o diluida podría ser perjudicial para una solicitud de asilo, dijo Aranda Zelasko.

“Estos formularios te piden que seas un buen narrador de tu historia porque esta es tu única oportunidad”, dijo Aranda Zelasko.

Johanna es descrita como retraída debido a lo que ha experimentado.

“Tantas cosas que me han pasado en mi vida… ¿cómo te explico?” dijo entre lágrimas. “Perdón que estoy llorando... Me fui de mi casa cuando tenía 9 años porque mi papá abusaba de mí. Después de todo eso, estoy así... Trato de hablar con la gente, pero me asusto, me asusto”.

Aranda Zelasko dijo que muchos inmigrantes que han venido en busca de asilo legal no calificarán y ni un abogado les aconsejaría que presenten la solicitud. Los solicitantes de asilo deben demostrar que serían o han sido perseguidos por el gobierno, o una entidad que el gobierno no puede controlar, a causa de una característica protegida como raza, religión o las creencias políticas, dijo Aranda Zelasko.

El proceso de asilo de Johanna, si termina teniendo éxito, podría demorar cinco años o más, dijo Aranda Zelasko. Pero, a diferencia de miles de personas que se quedan en refugios, tiene cierta estabilidad mientras espera.

Desde que llegó a Chicago en un autobús de Texas en octubre con sus tres hijos, Johanna ha asegurado muchas de las cosas que anhelan los migrantes en las comisarías, incluyendo una casa con asistencia municipal para la renta y un trabajo estable en una fábrica.

“Les digo a las madres solteras que no tengan miedo de estar solas”, dijo. “Encontrarás apoyo.

“He encontrado apoyo aquí. He tenido mucha ayuda aquí. Estar en los Estados Unidos me cambió mucho. No voy a decir que me cambió por completo. Pero sí mucho.”

Contribuyendo: Manuel Martínez, Araceli Gómez-Aldana

Traducido por La Voz Chicago

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